lunes, 5 de marzo de 2012







CAPITULO 5



Sentí como una chispa de alegría en mi corazón. ¿Soy tan importante para alguien como para sentirse mi esclavo? ¿O acaso realmente es así? ¿Tal vez sea verdad que me estaba buscando? No para darme el  regalo de la inmortalidad. Sino para despertar un don que ya vivía dentro de mí desde siempre. Necesitaba respuestas. Miré la hora. El reloj marcaba las 23:30. Ya era tiempo que saliera a descubrir que estaba esperando por mí, oculto en la noche. Caminé por la calle un rato largo como sin rumbo. Una sensación en mi pecho era mi guía. Me detuve frente a una puerta de donde salía una música extraña, profunda, como salida desde el centro de la tierra. Sentí un calor intenso entre mis piernas, esa era la señal allí me esperaban.
Entré, el lugar estaba apenas iluminado con una luz color rosa que apenas permitía ver a la multitud que bailaba a un mismo ritmo. Como si fueran todos un mismo cuerpo unido. Los haces de luz blanca llevaban el ritmo y me dejaban ver los rostros eufóricos y sudorosos que inspirados por un éxtasis de otro mundo solo se dejaban llevar por la música.
Miré el lugar más detenidamente, todos se veían hermosos. Hombres y mujeres tocándose, besándose, saltando, riendo y gritando. Caminé entre la multitud. Ellos no percibían mi presencia. Yo sentía como si todo el calor y la vida que latía en sus corazones alimentaban mi alma. Me estaba transformando por dentro. Todos mis sentidos estaban alerta. Entonces, entre todos los olores del lugar uno me llenó la boca y entró a mí, despertando mi sangre. La busqué y la encontré abrazada a un hombre muy guapo y notoriamente adinerado. Era ella, la joven de la tienda. Era la mujer más bella del lugar y también la más frívola. Solo con concentrar mi vista, mi oído y mi olfato en ella comencé a percibir sus emociones y deseos. Era una de esas jóvenes que se ha dejado encandilar por esta sociedad consumista y perversa en la que vivimos. Ella solo ha aprovechado los atributos que le regaló la naturaleza. El hombre que estaba a su lado se veía completamente encandilado e incluso manipulado por su personalidad de niña de aparente inocencia pero decidida sensualidad. Pude oler claramente los sentimientos de ella hacia este hombre y no eran de amor, ni mucho menos de deseo, sino de necesidad. La de ser parte de una posición a la que ella no pertenece. También sentí su temor a que el encontrara a otra más capaz de satisfacer sus deseos.
En determinado momento ella notó mi presencia y su mirada quedó fija en mí.  Pude darme cuenta qué era lo que yo despertaba en ella. Un deseo incontrolable de abandonar ese proyecto de vida tan vacío que se armó. La miré fijamente y le sonreí con ternura. Instintivamente caminó hacia mí. Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para que ambas sintiéramos nuestros alientos intercambiarse; la tomé del brazo y la saqué de allí.
Su sangre sabía a perfume caro, demasiado dulce para mí. Casi no pude tragarla. Cuando ese sabor invadió mi boca me alejé de golpe. Pero ella me miraba suplicante quería que continuara. Como si mi mordida le produjera alguna especie de placer o alivio. Sin embargo yo, con cada trago solo sentía como sus angustias y frustraciones invadían mi alma. Empecé a sentir por ella un asco profundo. Que persona tan mínima y tan carente de sueños y esperanzas.
Me detuve de golpe, se encontraba apenas consciente, temblando y gimiendo. No sufría, estaba disfrutándolo. Yo sentí de golpe un dolor profundo en el pecho y unas ganas intensas de vomitar. De mi boca salieron volando millones de mariposas negras que se llevaron en sus alas todos los sentimientos de dolor que bebí en su sangre. La marca en la palma de mi mano comenzó a arderme. La observé y sangre comenzó a brotar desde allí limpia y dulce, como miel pura. Apoyé mi mano sobre la cicatriz que yo misma dejé abierta en su cuello. Su cuerpo absorbía cada gota como una planta sedienta. Miré su rostro se veía serena y bella. Su piel bronceada estaba recuperando la tersura extraviada quién sabe cuándo y dónde. Con mi otra mano acaricié su rostro y la besé suavemente en la boca, la sentí suave y carnosa pero aún dormida. Después de unos minutos despertó y me observó con un nuevo brillo en su mirada. Se quedó llorando con la intensidad del alivio profundo, como lloran todos los que han vuelto a nacer.
Yo me fui  de allí sintiéndome más viva y excitada que nunca. Esperaba encontrar en mi cama el abrazo y los besos de mi amante eterno y hermoso. Guardando la esperanza de esta vez poder recordarlo todo.















 CAPITULO 6



Cuando llegué quedaban en mí los vestigios del suceso que acababa de vivir hace unos minutos. Durante todo el camino no dejé de pensar en la piel suave y hermosa de la joven. Todavía sentía en mi boca el sabor de su sangre y en mi cuerpo el calor de su beso. Estaba empapada de deseo; en mi cama no pude evitar acariciar mi cuerpo como si recorriera el suyo. Oía en mi cabeza la música de sus gemidos y sentía en mi vientre el estremecimiento de sus músculos, el palpitar de su corazón. Nunca había sentido deseo por otra mujer y nunca me había masturbado con tanta dedicación, mis dedos se humedecían en mi interior deslizándose hacia lo más profundo encontrado en mi lo que hubiese sido su gozo de haberme atrevido. Fui dejándome llevar por ese placer intenso hasta que deje de percibir el mundo a mí alrededor.
En un momento sentí el peso de un  cuerpo sobre el mío, abrí los ojos y mi mirada se encontró  con la suya. Sus ojos me observaban de una manera dominante y perfecta. Su aliento dulce me llenaba la boca. Nos besamos apasionadamente. Su piel desnuda sobre la mía excitó todos mis sentidos. Con un pequeño movimiento de su cuerpo me penetró suave pero intensamente. Llevamos un ritmo acompasado y sabroso, nuestros besos se transformaron en un intercambio constante de energía pura. Sus movimientos lentos y profundos me llenaban toda. Fuimos alcanzando juntos un clímax intenso. Pude sentir como aumentaba la vibración de su sexo dentro de mí, hasta que explotamos juntos. Mi cuerpo temblaba entero, mis sentidos se desprendieron  de mí por varios segundos.
Cuando los recuperé lo vi. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, me beso con ternura extrema y se tendió a mi lado.
-Quiero entender- le dije.
-No hay mucho que entender- dijo- no te llamo Princesa como un apodo cariñoso. Realmente eres una Princesa de una raza más antigua que la humanidad y has reencarnado en esta bella mujer. Tu espíritu ha vagado a través de la historia buscando un humano merecedor de recibirlo. Mi única tarea era despertarte, hacer que tomaras conciencia de quién eres. Pero cuando tuve tu sangre en mi boca y tu esencia me invadió de golpe ya no pude renunciar a ti. Me he convertido en tu esclavo, deliro constantemente con tu piel y tu cuerpo. Borraba el recuerdo de nuestros encuentros de tu memoria porque no estoy a tu nivel querida Princesa, no debería tener acceso a tu cuerpo sin que tú me lo ordenes.
Lo miré incrédula y me reí de lo que me decía, no podía creerlo. ¡Que hombre hermoso! En el se notaba la ausencia total de humanidad. Su rostro no reflejaba ninguna edad, sus ojos parecían los de un animal salvaje. Su piel suave tan suave como la mía. No podía entender como ese hombre increíblemente bello no me merecía.
Me miró.
-¿No entiendes verdad? Soy un simple súbdito. Si tú quisieras podría ser tu alimento. Tienes la prueba de tu linaje en tu mano, solo tú tienes el poder de devolver la vida. ¿Qué crees que hiciste con la chica rubia de hoy? Normalmente cuando uno de nuestra especie bebe la cantidad de sangre que tú bebiste de ella, simplemente la mataría. Pero tú la volviste a traer a la vida y la trajiste limpia de las emociones que la estaban destruyendo-  me di cuenta que todo lo que me decía era verdad, yo sentí el cambio que ella tuvo, la sentí renacer.
-Pero debes entender una cosa  Princesa. Que yo sea siempre para ti, no significa que tú seas siempre para mí. Esa hambre que sentiste cuando estuviste con la chica, nunca se saciará, crecerá día a día. Eres un espíritu antiguo e inmenso. Te alimentas de emociones intensas; no te alcanzará mi cuerpo ni el de nadie Princesa.


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