sábado, 22 de octubre de 2011

Desplazando Límites

Capitulo 1






Agustín descubrió a los 32 años su tendencia a no pelear por ser feliz. Cuando la única persona que le quedaba cerca decidió no apostar más por él.
¿Cómo un hombre tan apuesto, inteligente y talentoso como Agustín optó por el aislamiento? ¿Por no tener una carrera, un trabajo, un amigo? Compartió durante 5 años una relación con la que nunca se comprometió, estando siempre un poquito pero nunca estando del todo. Es  real, Agustín estaba enamorado, pero saberlo le hería profundamente. Por eso dar cada paso hacia delante significaba dar 3 pasos atrás. Después de un día romántico siempre venía una semana de ausencia, un mes de desamor, una depresión asfixiante. La depresión que le causaba saber que esta relación, era todo lo que tenía fuera de su encierro autoinflingido. Y se culpaba a si mismo y la culpaba a ella por no tener mas nada y mas nadie. Su constante inseguridad no le permitía ver el amor que ella siempre tuvo por el, dejando que se fuera evaporando de a poco y quedando aún mas solo. Aún más triste, aún más enojado con la vida, con su vida, con sus decisiones.
No supo ver lo importante que siempre fue para ella, no vio en si mismo lo que ella veía. Ese tipo bueno, interesante y lleno de sueños. Sueños por los que nunca se jugó y que permitió empezaran a oxidarse en su alma. Pero llegó un día en que Lucrecia no toleró mas sus idas y venidas y decidió tomar su camino y darle el espacio que sin quererlo el siempre le reclamó.
-Te dejo para que ya no me culpes por ser la única persona con quien te relacionas- le dijo Lucrecia a través del celular en un tono helado.
Estaba furiosa porque hacia dos semanas que lo había decidido, y quería hablar de esto con el personalmente. Pero hasta esa oportunidad le había robado. Le venía cancelando cada uno de los encuentros que ella le proponía. Y aún así tenia el descaro de preguntarle por que estaba rara.
-Quiero que nos veamos y lo hablemos- dijo Lucrecia.
-No- dijo Agustín con la voz entrecortada- No quiero ver tu cara cuando me digas que ya no me querés, me mataría eso.
Lucrecia lo odió. Lo odió tanto que le cortó la llamada. Y aunque el se paso el resto de la noche llamándola, no lo atendió.
Agustín en serio había creído que esto no era real. Que Lucrecia le respondería y que de un segundo a otro se pondría a llorar y le pediría disculpas. Que volvería a tener la oportunidad de hablarle como siempre lo había hecho. Desde una postura superior. Estaba convencido que ella cedería y que se dejaría tratar con desprecio por el, que suplicaría su perdón. Pero eso no pasó Lucrecia apago el celular. Y despareció completamente de la vida de Agustín. Sin darle jamás una seña de necesitarlo o de extrañarlo.
Agustín sentía que los días pasaban con lentitud que los minutos eran eternos. Miraba constantemente el celular esperando recibir algún mensaje de Lucrecia. Contemplaba las fotos en las que estaban juntos. Se quedaba horas observando los ojos de quien había sido su novia. De repente había descubierto como lo hipnotizaban esos ojos negros. La mezcla entre tristeza e ira que notaba en la mirada le parecían de una intensidad perturbadora. Se preguntaba cómo nunca lo había notado antes. ¿Cómo no le había prestado la atención suficiente a la mirada de Lucrecia? La extrañaba demasiado, la pensaba demasiado. Se sentía hasta enfermo solo por no poder estar a su lado. Comenzaba a dudar de lo que sería capaz de hacer con tal de que ella volviera a posar su mirada sobre el.



continuará....

jueves, 13 de octubre de 2011

Una fantasía que quiso ser real




Sólo con pensar en una comida –otra comida-rejuvenezco. ¡Una comida! Significa algo para seguir adelante: unas horas de trabajo intenso, posiblemente: una erección.
Hace 5 años que me dedico a cocinar para gente con poco tiempo o pocas ganas de entrar a la cocina y este negocio me ha dado muchas satisfacciones especialmente la de tener un sustento que no implica tener que soportar un jefe; acomodo los tiempos y los días de trabajo para poder sentir que tengo vida pero cumpliendo siempre con los pedidos. Pero incluso cuando uno hace lo que ama la rutina puede colarse como un veneno que desgasta nuestra voluntad y nuestra vitalidad y la pasión empieza a desvanecerse. Repetir habitualmente los mismos platos ha logrado que algo que siempre me apasionó comenzara a transformarse en solo una responsabilidad.
Pero hoy estoy pensando en otra comida, una que no significa trabajo, una que significa agasajo, y en mi paladar y mi lengua empiezan a despertarse otros sabores, se mezclan tonos ácidos y agrios con dulces y salados, hoy voy a cocinarle a ella. Mi mente se despabila pensando en sus gustos, se me amontonan en la cabeza ideas de ingredientes y procedimientos y todos terminan en un producto único y delicioso su cuerpo en mis manos los jugos de su satisfacción en mi boca.
Hace unos años que nos conocimos y siempre nuestros encuentros han estado marcados por las coincidencias del destino, las que la traen a mí o me llevan a ella. Cuando estamos juntos en casa ella disfruta viéndome hacer, moviéndome en un mundo que me pertenece y es solo una invitada, yo cocino para ella mientras la escucho contarme como estuvo su semana; como la estresaron las ultimas pruebas de vestuario de ese grupo de teatro con el cual empezó a trabajar hace poco, y me cuenta sobre la película que fue a ver con sus amigas, y como le hubiese gustado verla conmigo, me cuenta como se peleo con su compañera de apartamento, como odia llegar a su casa y que el novio de la mina esté instalado en su sillón. Me río de ella y le digo que si de una vez por todas se decidiera a venirse conmigo nada de eso le pasaría y se queda mirándome muy seria sin decir nada y yo sé en lo que esta pensando, se perfectamente cuánto le cuesta creer en mi amor, se que decidió no creerme más, que mis idas y venidas, mis quilombos, mis ausencias, la cansan, le generan dudas y se que no dará el paso definitivo hasta que yo no le demuestre que no llorará más, que no invertirá tiempo y amor en vano en algo que hace tiempo decidió creer que es solo una fantasía, la fantasía de haber encontrado por fin a el único que cree que puede de verdad complementarla.
Cuando llevo el plato frente a ella, es cuando comienza mi satisfacción, cuando acerco ese primer bocado a su boca entreabierta y acepta mi ofrenda con los ojos cerrados para saborearla, yo siento que me saborea a mi que me devora hambrienta y cuando delicadamente abre los ojos para mirarme con profundidad, se con certeza que esa entrega mía la seduce, la excita, despierta su deseo. Verla así complacida, sorprendida, con todos los deseos alineados hacia su sexualidad me vuelve loco.
-¿Cómo haces para cocinar cada vez más rico?- pregunta relamiéndose
-Ja ja – le digo- desde que vos sos mi musa la cocina para mi se ha vuelto un arte.
Y me mira, durante toda la cena me mira y su mirada me derrite, esos ojos negros entre tímidos y perversos combinados con esa risa espontánea y amplia, me regalan una carita de niña que hacen que el mundo entero, que la rutina y el cansancio desaparezcan. Y si, quisiera retener esos momentos, deseo con toda el alma que sea mía siempre, que no se vaya más que esa magia que se desprende de su pelo negro quede impregnada para siempre en mis paredes en mi piel pero tengo miedo, más que miedo es terror lo que siento, porque igual que ella siento que esto que vivimos es una fantasía hecha realidad y me paraliza la idea de que se evapore. De que la maldita rutina tienda sus redes también entre nosotros.
La cena se va transformando en un rito casi como una danza en la que le doy a probar helado con mis dedos y ella lo lame ansiosa y me devuelve el gesto restregando sus dedos embadurnados por mi boca y yo se los muerdo y me hace un puchero que dura los dos minutos que tarda en responder mordiéndome la nariz, yo aprovecho que esta cerca y de un solo tirón le desprendo la blusa para que sus tetas redonditas reboten cerca de pecho. Mi niña sigue jugando haciéndose la sorprendida y de un solo impulso se levanta de la silla, adivino su intención cuando toma el pote de helado y sostengo su mano para que no me lo tire encima mientras con la otra mano la acerco abrazándola fuerte. Su cuerpo se ablanda en mis brazos  mientras la palma de mi mano se pasea desde la base de su nuca y baja entrando por su pantalón acariciando el nacimiento de su firme trasero. Su aliento se agita y se esfuerza por desprender mi camisa estremeciéndose al sentir los suaves pelitos de mi pecho rozar la tela sobre sus pezones. Amo su piel suave y el dulce aroma de su cuerpo, la mezcla exquisita de champú, perfume y deseo, me hace agua la boca y despiertan mis ganas como una vibración intensa que  me recorre  el cuerpo y se intensifica en mi miembro que empieza a sentirse apretado adentro del pantalón. Las caricias empiezan a hervirnos la piel y los besos se convierten en lamidas que nos recorren.
Lo único que descansa sobre la mesa ahora es ella, mi deleite, y saboreo los jugos de su pasión, mi lengua recorre su vagina húmeda y caliente mis dedos se pierden allí arrancándole gemidos profundos y contenidos; se que no quiere entregarse del todo que hay algo que la frena, que no quiere darme el gusto de completo, se rehúsa a convencerse de que conmigo tiene orgasmos únicos y yo lo sé, la he visto desvanecerse en mi boca casi al límite de la inconsciencia, la he escuchado gritar de placer mientras la penetro. Pero ahora lucha contra su propio placer porque algo de mi la molesta,  provocando que me esfuerce más.
Este encuentro se ha transformado en una guerra en la que yo me desvivo para que goce explotando como una perra y ella no quiere darme la satisfacción pero la siento gozar en silencio como castigándome y su frialdad no me saca las ganas, porque la conozco y se como lo disfruta porque puedo percibir los temblores de sus orgasmos y este desafío que me impuso me explotó la cabeza.
-¿No querés gemir? ¿No querés gritar puta?- pienso todo el tiempo mientras siento como mi verga crece más y más -¡te voy a coger hasta que grites!- la idea me taladra el cerebro y me pongo cada vez más duro.
Con su cola hermosa y redonda cola sostenida por mis manos mientras ella está de rodillas y de espaldas, la cojo fuerte y profundo, ella se toca y lo disfruta mucho pero no grita, no libera a la puta de la que me enamoré. De repente su cuerpo se estremece y su conchita me succiona arrancándome un agónico gemido cuando mi pija explota de manera arrasadora y siento como si me desprendiera del cuerpo mientras ella acaba temblando y agitada; veo como por sus muslos chorrean mares de sus jugos, producto de un orgasmo memorable.
Se desploma en la cama en un llanto desquiciado, me recuesto a su lado y retirando de su cara los cabellos adheridos debido al sudor y a las lágrimas le pregunto:
-¿Qué te pasa?
- Cada vez que estamos juntos siento que me enamoro más de vos. Estoy cansada de sentir que lo nuestro no es real, me duele quererte.No quiero verte más, quiero que esta fantasía se vuelva algo real o termine acá.
Mi cuerpo se congelo de golpe, se me secó la boca, no podía tragar y no sabía que decirle; mi niña se cansó de jugar, quiere una relación verdadera, una que no sé si puedo darle. Me limito a mirarla como un estúpido mientras llora, con las mejillas rojas, todavía excitada, todavía agitada, nunca la había visto tan hermosa, entre triste y furiosa; ella no entiende por qué no digo nada.
Se levanta, se viste y se va; antes de cerrar la puerta me mira y me dice:
-¡Sos un pelotudo! ¡No sos capaz ni de defender lo que sentís! Yo se que te pasan las mismas cosas que a mi, pero ya no quiero creer en este amor que no se compromete- me miro, esperaba que le dijera algo, que actuara, pero yo estaba congelado, deseando que todo esto fuera solo una pesadilla o que simplemente se diera cuenta que así como estábamos era la mejor manera en que podíamos estar y volviera a mis brazos mansa. Pero no fue así, solo respiro profundo, y dijo:
-Nunca más quiero gente así en mi vida.
Y desapareció, dejándome mudo, frío, con el estómago revuelto y con un miedo terrible a no volver a verla y con más miedo por saber que ahora todo  depende de mí. De que yo debo actuar si no quiero que definitivamente la rutina me ahogue, que todo se vuelva gris, que ya no halla motivos para estar bien, no quiero perder la magia que teníamos, pero debo encontrar la manera de darle la magia que ella necesita.
Nunca repetiré este plato si no vuelve a ser mía porque siempre llevara su nombre.

miércoles, 12 de octubre de 2011

EL principio, una mancha, una marca.


Al negro lo conocí en una residencia estudiantil.  No voy a decir que era un negro hermoso porque solo era negro y con eso bastó para que me atrajera. Crecí en una ciudad que esta llena de gente “pardita”, pero personas de color chocolate con labios gruesos y motitas, casi no hay. Y estar cerca de este tipo con esa chispa maravillosa, ese humor exquisito y además con una apariencia diferente a todo lo que conocía, fue suficiente para encandilarme.  ¿Cómo no sentirse atraída cuando imaginas lo suaves y acolchonados que son los besos con esa getita carnosa? Y ni hablar cuando haces un paneo visual por su cuerpo y te percatas que el tipo es grande. Que tiene muslos gruesos y probablemente una cola mas redonda que la tuya. Y para completar el encantamiento, el morocho habla lindo, con voz que puede ser perfectamente de locutor, simpático hasta el hartazgo, y atiborrado de un vocabulario elaborado y una tonada cadenciosa. ¡¡Chau!! Fui cayendo rendida ante ese seductor nada elaborado. Y seguramente fui obvia cuando con mis juegos de conquista  esos en los que ataco como si lo detestara pero lo miro casi gritando, ¡como me provocás!

Fue una noche de sábado, rondando las 22:00 cuando estábamos cenando en la gran mesa del comedor y charlando de la vida los únicos seis que no habíamos huido a nuestras respectivas ciudades natales.

- Que noche aburrida- dijo él.
- Yo no entiendo- dije yo- somos unos cuantos. Podríamos salir a bailar o algo. Porque  vamos a quedarnos acá encerrados.
- Bueno, salgamos- respondió mirándome.
- Si vamos- dije, mirando al resto.

Fue un alivio que otros tres también tuvieran ganas de salir. Porque la cita quería ser implícita y no directa. Arrancamos a una discoteca, sin vueltas innecesarias ni mucho
apronte. 
En determinado momento terminamos bailando los dos, como si no existiera nadie más. Resultó ser un gran bailarín, talento que terminó de conquistarme. Y a el lo sedujo mi risita nerviosa que no paraba de escapárseme en cada conversación que teníamos. No hubo besos en la discoteca. No queríamos preguntas, ni sonrisas maliciosas de los chicos que nos acompañaban.
Cuando llegamos a la residencia ambos fuimos dejando que el resto empezara a retirarse rumbo a sus dormitorios y terminamos quedando solos. Seguimos conversando un buen rato más en la azotea de la casa.

- ¿Y entonces? ¿Te gusta Montevideo? – le pregunté en medio de uno de esos silencios que son preámbulo de los primeros besos.
- No- dijo mirándome directo a los ojos.
- ¿Por qué?- mi mirada no resistió la insistencia de la suya.
- Porque extraño mi casa, a mi madre, a mis amigos. ¿Vos ya te acostumbraste?
- Si, porque hice amigas acá. He intenté por todos los medios, llenar mis horas de actividades. Y estando ocupada no extr….- no me dejó terminar la frase.
Su boca llenó la mía. No me resistí, nunca pude resistirme a los besos robados.

Durante un mes aproximadamente estuvimos encontrándonos a escondidas cada vez que el resto de la gente de la casa desaparecía. Los besos y caricias se iban volviendo cada vez más intensos, cada vez más íntimos. Era yo la que interrumpía en seco los encuentros cada vez que me daba cuenta que el próximo beso significaría arrancarnos toda la ropa. A mis veinte años todavía no había tenido sexo y moría de ganas pero también de miedo.

Tuvo la sensibilidad necesaria como para percibir que mi virginidad no podía ser arrebatada, sino que debía dársela yo. Daniel simplemente se dedicó a esperar mi decisión.
Llegó el día en que no aguanté más y me convencí de estar enamorada. Que mi encuentro con el no era solo coger, sino un acto lleno de “amor” y que él también me “amaba”; eran las condiciones fundamentales para olvidarme del miedo a que doliera, a un embarazo no deseado, o al juicio de “mamá”.
Hubo varios intentos frustrados, yo me cerraba a sus avances, dudaba que ese cilindro rosado y brillante pudiera entrar en mí cuando incluso los dedos entraban  tan ajustado. El se sentó en una silla con la espalda recostada al respaldo y frotándose la verga con los restos de mi saliva me dijo:
- No tengas miedo, metela despacio adentro tuyo, vos decidís cuándo seguir y cuando parar.
Así fue, apoyé la cabecita en la entrada de mi sexo apretado, y la acomodé con mi mano mientras de a poco bajaba mis caderas, sintiendo la carne desgarrarse en mi interior, sintiendo como el ardor se transformaba en llenura.  Esa vez el placer no fue físico, fue emocional. El acto duró pocos minutos, ni siquiera puedo recordarlo bien, pero quedaron dos marcas profundas de esa noche.  La primera, mi sangre en su camiseta blanca señalaba el agónico fin de la hipocresía pacata que controlaba mi vida.  La segunda marca la más fundamental, mi inicio en  un sutil acto de poder, yo sobre él introduciéndolo, tomando decisión, percibiendo, conduciendo mi propio dolor y placer. Así nacía al mundo erótico, aprendiendo desde el primer paso a encontrar mis límites para poder transgredirlos cada vez un poco más.